Lucho vino a cortarme el pelo
y se dio con unas fotos en mi mesa. El loco siempre anda de integro negro a
pesar del calor. Yo estoy más que en otra y soy un anfitrión colgado y austero
que ni siquiera le invita un vaso de agua. Entonces me lo pide, pido disculpas
por mi cuelgue y preparo unos mates. El siempre supone que si estoy en un
estado que no es el de siempre, lo es por mi trabajo. Conoce bien el lugar, por
eso siempre lleva para ese lado su pensamiento. Me pregunta si no quiero volver
al corte que tengo en la foto, que ahora volvió y que capaz me había adelantado
a la época. Le digo que no, que el que tengo ahora me permite no peinarme hace
como unos 3 años y está bien. Que me gusta que el jopo se me vuele, así como
cuando Altocamet en ese temazo que es “Paciencia” le canta a la chica que le
gusta, “ansío tu viento volando mi peinado”, formando una imagen extremadamente
marplatense y de cariño, trayéndome a la cabeza alguna que otra tarde de costa
con la del peludito color uva. El corte es de algunos unos años atrás. Elogia
el pop que inunda las fotos, dice que parece la de esas bandas en crecimiento
con un poco de bombo de la rolineston y voces súper editadas. Y también que le
parece conocer a la chica que está conmigo. Le digo que es muy posible que la
conozca porque Loló es de esas personas que vive en la calle sin ser indigente.
La foto es un poco lejos de casa. La sacó ella después de una situación nada
cotidiana. Se estaba fumando un porro, bueno, en realidad un par, y tenía un
par más en la mochila. Sus primeras cosechas no habían sido de las mejores, por
lo que los olores despedidos no eran más que eso, olores, pero les puedo
asegurar que de los horribles. Un patrullero paró frente a nosotros y nos pidió
que nadie tire nada. Que se lo diera y estaría todo bien. El policía bien flaco
y con gel en el pelo a lo futbolista de la B, de los que juegan en esos equipos
con la camiseta con propagandas que van desde una fiambrería hasta el kiosco de
diarios, tomó el porro a medias y pidió más. Loló saco uno más de la mochila y
ese fue el arreglo. Resulto ser un yonki. Muy de película yanqui pero flaco y
sin donuts en bolsa de papel madera. Luego saco su cámara, fiel compañera de su
andar y nos retrató. Yo tengo puesto un sweater al que quiero mucho. Hace poco
encontré unas fotos donde estoy en el Jardín Japonés con lo mismo puesto, se ve
que le di uso. Después nos paramos y nos fuimos para su casa, compramos algo
para llevar y unas papas con extra de aceite quemado que las hacen más ricas en
una parri al paso de Alvarado y Dorrego, por ahí, cerquita de donde vivía con
su madre.
Hace mucho que no hablo con
ella. Su viaje a México nos ha distanciado un poco, pero creo que nuestra
amistad sigue intacta. No sé cuál será la diferencia respecto a donde está pero
las veces que me escribe, lo hace tipo 4 am y me cuesta contestar. Apenas los
leo. A veces me rio de las cosas que comparte en las redes sociales, en unas se
va al pasto y en otras tantas me hacen pensar que ha cambiado un poco. Se
oculta tras fotos con frases como “seré feliz siempre sola o que algo increíble
solo podría interferir en su viaje de independencia”. Sin quererlo, me he dado
cuenta que la del peludito color uva también lo hace. De hecho yo también lo
hice alguna vez. Y tarde me di cuenta lo bueno que es compartir sin temores.
Pues había empezado a hacerlo tras una charla con Martin a la distancia.
El me aconsejo que pruebe por
10 minutos en pensar en nada y que actúe sin temores al después. Que me
sentiría bien y que según él, era lo que me faltaba para hacer un poco
completo. Martin es de esos amigos que jamás te va a tirar una pálida, te
quiere y no va a haber reproches en su discurso. Pero si tonos de vos de esos
que te dicen…”¿Cómo vas a hacer o decir eso?” Le tiras una piedra y el tipo te
la quiere devolver redonda. Ojalá no lea esto porque es habilidoso con la
pelota en los pies, debo reconocerlo, pero también le alimentará el ego para
alguna que otra cargada más. Y digamos que de ahí empecé a soltarme con la del
peludito. Entonces a veces tengo ganas de decirle que pruebe con el plan Rivero
que al parecer resulta, aunque Rivero carga a veces con el pesado mote de mufa
que alguna vez describiré – escribiré. Que me ha cuidado mucho este tiempo, que
lo ha hecho muy bien, pero que no tenga frenos, pues no hay motivos. Los
tiempos nos han presionado con una sobrecarga de responsabilidades, es verdad,
pero bien, aquí estamos para dar vuelta la historia como siempre nos
planteamos. Que esta parte la habíamos hablado y el tiempo empieza a aparecer.
Que estas noches no he dormido bien, pues la extraño. Que espere sus
mensajes de siempre pero no
llegaron, que los sigo esperando y mi actitud es optimista, pero a veces muy
realista y me caigo. Ha estado poco tolerante conmigo. Pensar que cuando me
conoció me tildo de gavilán, ¿que pensara ahora que me tiene tirado al sol
pensando en ella? Que ya no me apoyo en mi hermano como antes y eso me hace más
difícil los papeles. El otro día nos volvimos caminando del Once Unidos y
pudimos hablar un poco. No tuve tantas devoluciones como de costumbre porque
creo que él siempre pensó que no necesitaría a nadie, ni siquiera a él. Y yo le
salí con que necesito a una persona, que, muy importante para mí, ya la conoce.
Eso le puede haber resultado un baldazo de agua fría, hielo y un poco más. Solo
me miraba y yo cambiaba la mirada porque no me quería caer, y menos después de
un tiempo de que no hablábamos en serio. Pero le dije que descargo en la música
y los lápices junto al café de antes de dormirme, aunque el café no tenga el
mismo gusto sin su buenas noches. Me duele que a veces no conteste mis
mensajes, mas sabiendo que nuestro andar ha estado lleno de respeto y una
envidiable energía. Yo solo quiero volver a buscarla en el juego para encontrar
lo nuevo.
Estoy intentando distraerme.
Me divertí poco en este lapso, creo que solo el día que fui a ver una banda que
tributea a los Beatles en un bar que queda ahí nomás de la plaza y ahí nomás de
mi casa. La versión “The ballad of John and Yoko” ya me había caído más que bien, a pesar de que a los que nos gusta The Beatles, poco nos puede gustar algo que una a John y Yoko. Justo llegue
con Leonard White (que me lleva a nombre de capitán de barco) cuando sonaba ese
tema. Hubo sonrisas picaras y agudos incluidos en “Papperback writer”, ya que
si bien escribo, no quisiera ser escritor y mucho menos creerme profesional,
pues está a la vista. Me solté casi en el popurrí final cuando algunas cervezas
ya habían pasado entre mis manos y
tocaron “I wanto to hold your hand”, lo cante con ganas y lo baile de la siguiente
manera: cada dos golpes de la batería del falso Ringo, me balancee para un lado
y para otro, las manos abiertas de modo bien 60 moviéndolas con un 30 por
ciento de lentitud. Era el paso justo. Y me la imagine ahí al lado mío, riendo.
Hace unos días me junte con
Diego, un tipo que me conoce de un laburo en mis años de niño mimado y con
proyección. Siempre analiza a la persona antes que el trabajador, y si bien no
estoy trabajando con él en este momento, ya casi falta nada para volver a
encontrarnos. Le da más tinte que te está examinando porque tiene algún que
otro rasgo oriental en la mirada. No sé si alguien lo apodará “Chino”, pero si
se lo dicen, no está mal. Mientras tomábamos un cortado frente a la Mitre, me
definió como que ando con el espíritu perdido. Que mi energía estaba doblada y
que no enfrento las miradas. Que el animal asesino que siempre lleve adentro
está dormido y bien echado.
Algo muy particular en mí,
porque aprendí a recibir lo bueno y lo malo (cursos mediante) mirando a los
ojos. Es obvio que me gusta recibir más lo bueno que lo malo, pero a lo malo me
da menos vergüenza porque me hace trabajar la cabeza en una respuesta decorosa.
Entonces le dije que no había pasado bien a segunda parte del mes. Que habían
sido dos semanas de terror. Que como quien no quiere la cosa, sentía que se
está dando vuelta la historia que más me gusta. Que me absorbió el trabajo y
que no había podido hacer lo que a mí me gusta, tan simple como eso. Que mis
mañanas ya no empiezan con mensajes de la del peludito sino con malhumores y
practicas desafinadas de los principiantes en las clases de violín que da mi
vecina. Que quiero que vuelva eso. Que solo este tiempo nos ha distanciado y
que no solo es más que eso, tiempo, el mismo que ahora empezamos a tener y
debemos aprovechar. Que no quiero ponerle presiones, pues no las necesitamos.
Que me encanta su independencia, que eso es una de las cosas por las que la
elijo, pero que dentro de esa independencia esta bueno ser acompañada, porque
nadie puede solo. No existe el ser autónomo. Y si bien ella tiene a su
incansable Chica de los patines al lado, yo puedo ser un apoyo, algo limitado,
pero apoyo al fin de su andar. Que me derrite si trae las uñas pintadas o me
sale con chicanas de la nada. Que extraño esa ida y vuelta que me sacaba
sonrisas en cualquier lugar. Que no me importa que haga catarsis de su trabajo
conmigo. Que con tal de hablar con ella, es lo de menos.
No pretendo más que eso, ni
siquiera colarme en sus momentos de tranquilidad. Ni agobiarla con un futuro
encantador. Me hubiera gustado compartir de mejor manera que bueno, cambiaré de
trabajo en unos pocos meses, por uno nuevo lleno de incertidumbres pero también
de oportunidades. Que fui a conocer el lugar y en el depósito hay una caja de
madera de Cinzano, muy antigua, que tiene rota parte de la tapa y que se pueden
ver que las botellas son de antaño. La caja es muy de película antigua, de esas
que cargaban en los carros tirados por caballos. Que la pondría asi, sucia como
esta, arriba de la barra. Si alguien quiere hacerse el vintage, que venga y
compita contra esto. Que tuve ganas de mandarle una foto de ese cajón, pero
desistí. Que ya tengo un montón de nuevas ideas que quiero mostrarle, porque su
opinión es sumamente fina y llena de buen gusto. Que también este jueves leerán
uno de mis relatos en un encuentro indie de música, poesía y algún que otro
cuentito o relato. Que alguien leyó el blog y quiso que formara parte, entonces
le mande los 3 que me parecían más acordes a la situación y saldrá a la cancha
uno que todavía no tiré al mundo virtual, que se llama “Con el número 34 en la
espalda”. No me gustaría llamarlo inédito ni nada de eso, pues cargaría con un
peso terrible. De hecho, buscando ese, encontré el “demo” de “Los chinos”, que
me parece que me gusta más que el publicado y a la vez, me dieron ganas de
sumarlo como eso, un lado B. Que me gustaría que esté presente este jueves pero
últimamente las invitaciones quedan ahí en el aire. Y eso ha empezado a
afectarme en mi estado de ánimo. Entonces no le dije nada y disfrutare del
momento acompañado por gente que ni conozco, pero apelare a mi rasgo de ser
sociable. Me pondré una camisa nueva a la que ella definiría como “muy vos”,
pensando por dentro que ojalá no me la ponga para salir con ella.
Yo soy esto y es lo que va a
encontrar, compañía en días de sol y de nubes, pues no debe alarmarse en este
tiempo que no estuvimos abrazados. En días donde los colores son vivos, como
los que abundan en casa o si tenemos de esos en escala de grises. Le he puesto
todo al alcance de la mano para que nada lleve a conclusiones erradas. Tampoco
mis amigos son de los que incitan a que si no veo a alguien a que no la vea
más. Las pendejadas por suerte han pasado hace tiempo. De hecho, me preguntan
explícitamente sobre ella en alguna que otra ronda de cervezas nocturnas.
Hablando con Fran, me preguntaba si lo del viaje seguía en pie, en eso de
compartir unos días por ahí. Le explique que debido al momento era mejor no
ofertar nada por ahora. Entonces acá
estoy, medio hundido, con un poco de miedo por lo que laboralmente se me
avecina. Con un par de sueños rotos por los años pero créanme que sus abrazos
tienen destellos de sol de otoño la plasticola más linda que haya tenido de
chico. Me junta y me moldea. Que le soy todo lo sincero que puede ser una
persona. Que no estoy enojado ni nada que se le parezca. Que en cada cosa buena
que me pasa, es de lo primero que me acuerdo.
Que me gustaría encontrarla así como cuando bajo y está ahí. Riéndose,
tapándose la cara porque sus mejillas se desbordan de risa y su pelo mambea
para todos lados, poniéndome caras. Que le haga calor y mueva así las manos y la frente le empiece a arder, que
me cuente que transpira el pelo como su hermana. Que me diga que me quiere ver
nuevamente. Que me diga que seré su cita de los sábados. Que me diga que el
martes dormirá conmigo. Para volver, como dice Gustavo, al origen del
principio.
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