viernes, 22 de enero de 2016

La Mujer Carpincho

Mientras decidíamos la hora en que tomaríamos el colectivo, yo andaba comprando unas manzanas, una lechuga y algunos tomates para preparar unos sanguchitos que nos dieron base para nuestra salida. Siempre compro en la esquina, a unas cuadras de casa. Me gusta un poco mas cuando entro y no hay gente comprando. No de impaciente o apurado, sino porque las viejas del barrio no tratan del todo bien a los que venden ahí. Las viejas de mi barrio son bastante ventajeras. Como algunos en mi trabajo y alguna que otra persona cercana mía. Las viejas de mi barrio compran de sandalias altas y sonrisas acartonadas, así como cuando yo me olvido las medias usadas del trabajo en la mochila por algunos días. Deberían ser mas amables con los que atienden, estos no son de los que suman mentalmente y te dicen lo que tenes que pagar sin anotarlo en ningún lado. Alguna vez habría que terminar con esa mafia de verduleros. Salir a comprar así hace que el barrio pierda la esencia, aun estando no del todo en sobre la costa. Generalmente salgo a comprar con lo primero que encuentro, lo que alguna vez me lleva a generar alguna que otra combinación inexacta. Adentro hay una nena jugando en el piso, que se ve, que por los rasgos, debe ser hija de algunos de los que atienden. Un tele prendido en un programa de una mina que jugo a ser vedette y ahora juega con los pibes, me hace recordar que en el mio se ve igual de mal y un gato al lado de los maples de huevo completan el panorama. Mientras me tiro unos mensajes futboleros con Lucas, le aviso que tengo todo y que solo resta esperar que sea la mañana siguiente para tomar el colectivo que nos lleve al sur. Nuestro plan es bien simple y siempre lo sera, al sol todo es mejor. Así empiezan nuestras mañanas de ciencia ficción. La verduleria queda a unos metros de la casa de Preto. Preto es un loco del laburo. Ni siquiera es morocho, pero le digo Preto. Al contrario, tiene un rubio de mezcla que viene de el y cloro de tanta pileta. Una mezcla entre un actor hollywoodense y el Checho Batista. El que calma a las fieras cuando la cosa se complica. Cuando la mano viene pesada, mis palabras son: “Preto, sali a calmarme a las fieras”. El encanta con los sonidos mientras sus manos se deslizan en las teclas. Baja la ansiedad de todos, incluso la mía. Alguna versión beatle en piano salida de sus manos mas de una vez me hizo trastabillar el pulso. Se siente lindo. Ayer estuvimos hablando un poco. Estaba Preto, El Ninja y yo. El Ninja es otro del laburo, le decimos asi porque entrena Jiu Jitsu, pero para nosotros si haces alguna arte marcial pasas a ser ninja automáticamente. No distinguimos especialidades. Es mas, te imaginamos con traje y tirando estrellitas de manera descomunal. Carga con el récord de una pelea perdida, pero para nosotros es invencible. Los tres andábamos medio con mal de amores, y coincidíamos en que el hombre también necesita de cierta atención. Cosa que seguramente hace algunos años atrás jamas hubiera salido de nuestras bocas. Preto cruza las piernas de modo masculino sentado frente a El Ninja, pose totalmente opuesta a mi que las cruzo en modo femenino, como chica con pollera corta. Yo estoy parado apenas unos metros, balanceándome sobre la pared, con las manos detrás de mi cuerpo. Preto nos cuenta que su hijo salio anoche, que le asusta la edad y sus inicios en la exploración sexual. Entonces se frena y cuenta del que según dice, fue su primer acercamiento sexual. Estaba en la cola del Italpark, por entonces, el vivía en Capital. En la cola para el Zamba, había una chica algo descompuesta, que no tuvo mejor hecho que empezar a desvanecerse sobre Preto, para este sentir que algo estaba cambiando. Recuerda que tenia una pollera como la de los colegios privados. Que se avergonzó entre sus nervios y olor a semen. Que se tomo de inmediato el 106 que lo lleve a su casa para limpiarse y también para recordar.
El colectivo tiene algunos asientos vacíos, lo que hace que estemos ligando de movida. Una señora que no deja de hablar por celular, fuerte y a los gritos, nos pone en aviso que el comienzo fue fácil, pero que deberemos soportarla a lo largo del camino. Saca los trapos al sol, como para colgarlos en la ventanilla, tal como los programas esos de la tarde donde importa mas que tiene puesto uno que en lo que realidad es. Lo mas bananero, explicitamente hablando, de los medios.
Le dejo el asiento del lado de la ventana, porque su abuelo siempre dice que “la mujer debe ir sentada del lado de la ventana y en la calle, ir del lado de adentro de la vereda”. Yo tome nota de lo que me contó y cumplo con las sentencias ancestrales que arrastra.
Es temprano y hay poca gente en la costa, casi que es toda para nosotros, pero como el sol al parecer no dara tregua, en un rato seguramente estaremos rodeados de gente. Caminamos con rumbo mas al sur, para el lado del muelle, ahí donde la gente saca los celulares y las cámaras. Dejamos algunas calcos de Lluvia de Pastelitos pegadas de manera que alguien pueda verlas.
En el muelle ya hay algunos pescando, baldes tirados, la pileta que da a la punta, con algunas manchas de sangre ya que a veces la gente descabeza ahi los pescados que saca del mar. Del otro lado, mas desorden. Se saca el abrigo porque ha subido el calor. Se queda en calzas y una remera azul. Compramos unos cubanitos mientras vemos como las olas van y vienen, algunas con furia y con ganas de romper de una vez las barrancas que algunas de ellas fueron comiendo de a poco. Encaramos hacia el bosque, porque aca queda todo a mano, mar y bosque. En principio, tomando un atajo incorrecto. Mi idea de acortar camino al parecer no resultara. Entonces la distraigo hasta encontrar una idea mejor. Las palabras de su abuelo ahora me resuenan como que debe acompañarla un hombre que sabe de donde viene y a donde va. Y por este instante bien podría decir que estoy algo perdido.
Los arboles nos reciben asi de altos, con todo el verde de la primavera que nos refresca luego de caminar por algunas horas. Ella pasea en su traje de carpincho, descalza. Envuelta en espinas que a veces no me deja descifrarla. Usamos nuestras mochilas de almohada y vemos desde abajo como los arboles menean sus copas. Avergonzados, se esconden de su luz moviéndose de aquí para alla. Puro ritmo y sustancia. Le digo que estos dias anduve escuchando algunos discos que traía atrasados y leyendo algunas poesías de un libro que anduve rastreando en una compra – venta cerca de casa. Me dice que después del trabajo tengo que dormir y no quedarme haciendo eso. Me lo repite siempre. Me cuenta de sus miedos y le cuento de los míos. Creo que nos faltan mas días así. Juego con algunas ramas entre mis manos. Se abre, se tira sin paracaídas. Quizás el viento que esta surgiendo este ayudando. Quiere sacarse su disfraz de una vez, pero hoy al parecer no le alcanzara el valor pero si el estar compartiendo.Y eso es demasiado. Hablamos de manera que si tuviéramos que mentirle a alguien, no seria a nosotros. Tengo ganas de hacer todo, incluso pelearme, solo para demostrarle que tengo ganas de todo lo que nos dijimos recién. Así son mis ganas de todo. Quiero mirarla a los ojos otra vez antes de que sus parpados se cierren. Que el viento no se lleve las palabras.Que ahora si, que lo ha escuchado todo, cierre los ojos y sus labios pintados.

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